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TRABAJO radicalmente restaurado

Cuando empezamos a entender la verdad transformadora de que el destino de nuestro trabajo y nuestro mundo en el futuro no es una aniquilación completa sino una restauración radical, cambia la forma en que vemos nuestro trabajo diario. Si creemos que la tierra —todo lo que en ella hay y todo lo que hacemos en ella— simplemente desaparecerá algún día, entonces la conclusión lógica es que nuestro trabajo es prácticamente inútil. ¿Por qué deberíamos trabajar duro, hacer una comida sabrosa, aprender una nueva destreza, dirigir un negocio, escribir música o diseñar un edificio si al final todo será consumido por fuego? Lo único que tendría sentido sería trabajar lo suficiente como para sobrevivir.


Pero si nuestro trabajo hecho para la gloria de Dios y el bien común de los demás de alguna manera hace su transición hacia los nuevos cielos y la nueva tierra, nuestro trabajo presente en sí mismo está rebosando de valor incalculable y de significado eterno.



Diciéndole adiós a la teología del bote salvavidas


Si vamos a abrazar completamente el trabajo que Dios nos ha llamado a hacer, tendremos que decirle adiós a lo que Paul Marshall describe acertadamente como “la teología del bote salvavidas”. Esta teología ve el mundo como si fuera el Titanic. La buena creación de Dios chocó con el iceberg del pecado y ya está irrevocablemente condenada. No hay mucho que podamos hacer. Es tiempo de abandonar el barco y meter a la mayor cantidad posible de personas en los botes salvavidas.


Desde esta perspectiva teológica, este plan redentor de Dios solo se enfoca en la salvación de Su pueblo. Por más nobles y bien intencionados que sean nuestros esfuerzos por rescatar la creación de Dios, al final del día, nuestro trabajo aquí en esta tierra condenada sería como el equivalente a reorganizar las sillas en la cubierta del Titanic. Aunque Dios sí está profundamente preocupado por la corona de Su creación y ha iniciado un glorioso plan de redención a través de Su Hijo Jesús, Dios no ha abandonado Su mundo que era bueno alguna vez.


Paul Marshall nos llama a abandonar esa teología del bote salvavidas y abrazar lo que él llama “la teología del arca”. El escritor de Génesis nos cuenta acerca de la profunda caída de la humanidad en el pecado. La corrupción de la buena creación de Dios y la perversidad del pecado fueron tan inimaginablemente horribles que Dios consideró seriamente destruir Su creación. En el capítulo 6 de Génesis leemos que Dios dijo lo siguiente: “Voy a borrar de la tierra al ser humano que he creado. Y haré lo mismo con los animales, los reptiles y las aves del cielo. ¡Me arrepiento de haberlos creado!” (Gn 6:7). Pero en lugar de aniquilar lo que había creado y empezar de cero, Dios extiende Su gracia inmerecida a un hombre llamado Noé. Dios hace un pacto con Noé y le pide que construya un arca. En vez de eliminar a toda la creación, Noé, su familia y un gran grupo de criaturas vivientes son rescatadas y preservadas de la destrucción del diluvio en el arca. Dios sigue comprometido con restaurar la tierra y continuar con Su creación original. Después de que Noé sale del arca, Dios hace un pacto con él, prometiéndole nunca más destruir la tierra con un diluvio.


La historia de Noé y el arca nos recuerda que Dios no ha renunciado a Su buena creación, aunque haya sido profundamente dañada por el pecado y la muerte. En una explosión de alabanza, el salmista declara que toda la tierra, y todo lo que en ella hay, le pertenece al Señor (Sal 24). Dios sigue amando este mundo. Él no ha renunciado a la creación que una vez llamó buena. Hay un futuro glorioso reservado para esta tierra. La escritora de himnos Maltbie Babcock captura esta verdad de una manera hermosa:


El mundo es de mi Dios; jamás lo olvidaré. Y aunque infernal parezca el mal, mi Padre Dios es Rey. El mundo es de mi Dios; y al Salvador Jesús hará vencer, por Su poder, con la obra de la cruz.3

El mundo caído que ahora habitamos sigue siendo el mundo de nuestro Padre. Sigue teniendo gran valor e importancia para Dios. Hablando acerca de la nueva creación de Dios, C. S. Lewis no habla de destrucción sino de redención. Él escribe:


“El viejo campo del espacio, el tiempo, la materia y los sentidos debe ser desyerbado, cavado y sembrado para una nueva cosecha. Puede que estemos cansados de ese viejo campo: Dios no lo está. […] Vivimos en medio de todas las anomalías, inconvenientes, esperanzas y alegrías de una casa que se está reconstruyendo. Algo se está derribando y algo se está construyendo en su lugar”.4

  • ¿Tu trabajo diario refleja el hecho de que tú formas parte del proyecto redentor de reconstrucción de la nueva creación de Dios?


  • ¿Eres plenamente consciente del futuro destino de este mundo, y has pensado en el importante lugar que ocupas en él?

Mucho de nuestro trabajo diario consiste en cuidar del mundo de nuestro Padre y de aquellos que lo llaman hogar. Hacemos cosas. Arreglamos las cosas. Cuidamos las cosas. Servimos a otros. Lo que haces aquí no es un desperdicio. Las destrezas y habilidades que ahora estás desarrollando en tu lugar de trabajo no serán desperdiciadas; serán utilizadas y seguirán desarrollándose en el futuro trabajo que Dios quiere que desempeñes en los nuevos cielos y la nueva tierra. Tu tiempo aquí en el mundo caído de nuestro Padre sirve de preparación para una eternidad de actividad y creatividad en los nuevos cielos y la nueva tierra. Tu trabajo no solo importa ahora; también importa para el futuro.



 

Tomado del libro TRABAJO Y REDENCIÓN Tom Nelson (pag. 71-74) Editorial Poiema www.poiema.co

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