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Foto del escritorViviana Barrón

La fe en el mundo académico



Transito en el ambiente académico desde hace más de veinte años como docente universitaria y también como investigadora formando parte de equipos en los que trabajamos en la difusión de Ciencias Sociales.

Quienes me conocen, muchas veces me preguntan cómo es mi vida de fe en estos espacios tan variados. Quiero compartirte algunas ideas de cosas en las que suelo meditar. No tengo muchas respuestas, si algunas preguntas y unos cuántos años de experiencias que espero que te sumen en tu propio caminar con Dios.


El llamado de Dios

En mi adolescencia fue el momento donde tomé más conciencia de que Dios me llamaba a seguirle, más o menos cuando tuve unos 12 años de edad.


En un primer tiempo interpreté que ese llamado era para ir a las misiones transculturales y le dije claramente al Señor que iba a ir donde quisiera, menos a Buenos Aires. Como buena rosarina por adopción, amaba mi ciudad y me llenaba de orgullo ser del interior y no estar ni cerca de los porteños.


Sentido del humor de Dios, vivo en Buenos Aires desde mis 16 años. Ahora tengo 46, así que ya son 30 añitos de porteñaje. Parece que el Señor no tomó muy en cuenta mis términos en ese acuerdo de “donde quieras, menos Buenos Aires” y me trajo para esta ciudad en la que he podido ver su mano de muchas maneras.


Las circunstancias que me trajeron a Buenos Aires fueron difíciles: crisis familiares, problemas económicos en los años de la recontra hiper inflación. Pero como Dios quiere usar nuestra vida, donde vamos su llamado se expresa y se desarrolla.


Mi llegada al mundo de la universidad


Así, casi sin querer, caí viviendo en San Justo, en la misma época en la que se habría la Universidad Nacional de La Matanza. Interesante coincidencia. Por aquel entonces, no tenía ni chance de estudiar en una universidad si no hubiera sido esa. Podía llegar caminando desde mi casa, cosa que más de una vez tuve que hacer, porque no tenía el dinero para pagar el colectivo. Eran unos 5 km y era joven en ese tiempo, así que salía con margen y estaba en clases a tiempo.


Mi entrada a la universidad fue por la puerta grande de la fábrica en plena remodelación. Me recibieron con los brazos abiertos porque en ese momento había pocos estudiantes que se arriesgaban a iniciar una carrera en esta universidad que nadie conocía. Y la verdad que la cercanía con los docentes, la atención tan personalizada que recibí fue un regalo de Dios. Hice la Licenciatura en Trabajo Social.


Mis primeros docentes me abrieron las puertas a trabajar en la Universidad. El Dr. Roberto Grana fue el primer titular de cátedra con el que trabajé y luego la Dra. Claudia Krmpotic, con quien sigo trabajando hasta hoy, y la Dra. Gloria Mendicoa con quien trabajé en la UBA hasta su jubilación y con quien seguimos compartiendo espacios de investigación.

En ese mismo tiempo apenas me gradúe del seminario bautista el Dr. Carlos Villanueva me invitó a dar clases de investigación.

Las invitaciones de mis ex docentes me permitieron sumarme al mundo de la docencia superior y universitaria. ¡Quién lo hubiera dicho cuando estaba en Rosario imaginando crecer en algún barrio santafecino!


Estudios de posgrado e investigación


Entendí que tenía que seguir estudiando luego del grado y cuando estaba finalizando mis estudios de maestría, fui por unos años becaria del CONICET. Un hermoso privilegio que me permitió cursar el Doctorado. No fue fácil. Un gran desafío combinar todo eso con la vida de servicio en la iglesia y las cosas de todos los días: el trabajo doméstico, la maternidad, las cosas que requieren atención. Creo que por eso entre mi graduación del grado y del doctorado pasaron 16 años. Tampoco fue un proceso inmediato. Al escribirlo suena breve, pero claramente no lo fue.


Cuando hice mi Posdoctorado, me pidieron que me vinculara con otros equipos de investigación y pude sumarme a un equipo espectacular en el CEIL-CONICET. La realidad es que para mí el trabajo en la vida académica se dio como casi naturalmente. No tuve que pelear con nadie para ingresar, ni desplazar a otros, ni negociar nada. Dios fue abriendo las puertas y hubo que trabajar mucho y estudiar mucho para poder servirlo en ese espacio.


En mi andar por la vida académica he hecho de todo un poco, de lo típico de ese espacio. Tomar clases, dar clases, escribir, investigar, dirigir equipos de investigación, participar como investigadora invitada, organizar eventos académicos, coordinar equipos de trabajo, presentar artículos, ponencias y algún libro.


Actualmente enseño en la UBA, en la Universidad de La Matanza y en la Universidad de Museo Social Argentino. Soy docente investigadora en el Instituto Gino Germani de la UBA, en la UNLaM y en un equipo del CEIL-CONICET.


Compartir del reino en espacios académicos


En todas esas tareas compartí momentos valiosos con personas que fui conociendo a lo largo de los años. Alumnos, alumnas, compañeros de trabajo. Hay de todo. Algunos muy generosos, otros no tanto.


Una vez alguien me preguntó como vivía mi fe con mi vida académica. Me quede pensando que no entendía su pregunta. Mi vida es una sola. Es una vida de fe.

Entiendo que el trabajo que hago es una expresión más de mi llamado. Intento extender el Reino de Dios ahí. Compartir de Su Amor con personas que lo necesitan y hacer las cosas lo mejor posible para bendecir a otros.


Creo que algo que se necesita en todos los espacios y en el mundo académico también es ser generosos. Y trato de serlo. Aliviar el trabajo de otros, aliviar la cursada de los estudiantes, compartir lo que sé. Una de las cosas que más he disfrutado en ese sentido es acompañar a tesistas para se gradúen. Tesis de grado o de posgrado que suelen ser un tremendo obstáculo para recibirse y con un poco de ayuda salen bien. ¡Me encanta ver ese proceso!


Creo que lo más necesario es mostrar el amor de Dios de maneras concretas a medida que se da la oportunidad. Pienso que en cualquier ambiente uno encuentra personas que necesitan compartir lo que les pasa, lo que sufren, lo que las alegra, lo que les cuesta. Y estar ahí para hacerlo es un modo muy concreto de hacer misión. En el ambiente que sea.


En mi caso, además, creo que la investigación ha sido una herramienta muy útil para encontrar soluciones para problemas difíciles. Trabajé muchos años sobre temáticas de juventud: violencia, proyecto de vida, suicidio juvenil… Temas que en el trabajo pastoral son muy necesarios y que a veces no sabemos qué podemos hacer. La investigación no tiene muy buena prensa, pero a mí me fascina. Es tan lindo descubrir cosas nuevas, encontrar claves de respuesta para un problema o documentar algo que suponíamos, pero nos faltaban las pruebas.


Mantener el enfoque


Creo que el eje que lo ordena a uno a no perder el rumbo es tener claro que servimos a Dios donde estamos. En mi caso, me enseñaron pronto, cuando era todavía estudiante, y entendí enseguida que era mentira eso de “ministerio sagrado” y “vida secular”. Todo lo que hacemos es sagrado si Dios está en primer lugar. O todo es secular si corremos a Dios de su lugar en nuestra vida: aunque estemos trabajando en una iglesia.


En ese sentido mi caso es particular, porque además de todo lo académico en universidades “seculares” soy pastora en una iglesia y rectora del Seminario Internacional Teológico Bautista. Esos dos son espacios más tradicionalmente sagrados, digamos.


Creo que el principal desafío que se presenta en el trabajo académico es reconocer la gracia de Dios en lo que hacemos. Cuando uno escribe algo que otros valoran, o llega a ciertos grados académicos, saca buenas calificaciones, o te invitan a hacer trabajos interesantes, la tentación es “creérsela”. Pensar que es mérito de uno.


Ahora está tristemente muy de moda la meritocracia… hay que esforzarse para lograr las cosas. El que no progresa es porque no se esforzó lo suficiente. Eso tiene algo de cierto, pero muy parcialmente. Dios tiene que bendecirte para lograr las cosas, sino tu esfuerzo no vale nada… trabajás la tierra y te da espinos, como le dijo Dios a Adán.


Nuestro trabajo solamente da fruto porque Dios nos bendice. Si no reconocemos eso “estamos al horno”. Y en el mismo momento en que uno se cree algo, por fuera de la gracia de Dios que se expresa en nuestra vida, pierde totalmente el rumbo.


He visto a muchos hermanos y hermanas que logran cosas y hacen un ruido bárbaro: posteos en redes sociales, carteles de colores y spam por todas partes. ¡A ver si me aplauden! Parecen decir. Yo lo observo con tristeza y suenan en mi mente las palabras de Jesús cuando dijo: “Ya tienen su recompensa” (Mateo 6.1-4).


Ahí me parece que está el nudo del problema: buscar la recompensa de nuestro Padre, no la de los hombres. A medida que tenemos cierto “éxito” en términos del mundo corremos el serio peligro de creer que de eso se trata. ¡¡Tremenda mentira!!


La relación con la iglesia

He tenido diferentes momentos en mi relación con las iglesias de las que he sido parte. Tuve momentos preciosos y momentos de crisis y cambio. Algunas personas en las iglesias me ayudaron mucho. Otros me hirieron profundamente.


Como a todos, alguna vez me pasó que en el grupo de jóvenes no entendían que tenía un parcial y no podía ir a un campamento… pero son momentos. Si uno no llena su corazón de amargura por esas cosas y trata de entender a los otros, puede seguir adelante.


Algunas personas creen que sus iglesias deberían tener el mismo llamado que ellos y aprendí que no es así. Para eso somos un cuerpo. Si yo buscara una iglesia de investigadores sociales, no la voy a encontrar. En mi iglesia hay personas muy diferentes. Gente con muchas ganas de ir a una universidad, profesionales con hermosas trayectorias, algunos que creen que ni vale la pena estudiar y se dedican a otras tareas, comerciantes, amas de casa, muchos niños y niñas. Con el tiempo fui comprendiendo que cada uno debe ministrar conforme a la gracia que recibió. Nadie es mejor que otro, somos distintos.


Creo que a veces los profesionales, o los estudiantes, se ponen en un lugar equivocado de ejemplo para los demás. Pretenden que todos sean como ellos, o vean las mismas cosas. Y es un error. El mundo es muy complejo. Dios prepara obreros para todos los espacios y lugares. Entonces si uno ve a la iglesia desde esa enorme creatividad de Dios que pone personas con llamados tan diferentes y vocaciones tan variadas, podemos celebrarlo en lugar de combatirlo.


Somos seres humanos que nos equivocamos muchas veces. ¡Y sobrevivimos porque las misericordias del Señor se renuevan cada mañana!

No creo que uno puede desarrollar la fe sin iglesia. Eso es el colmo del individualismo y la cultura de “si no me sirve te dejo”. Creo que estamos para funcionar como cuerpo. Lo que no quiere decir que hacemos todos lo mismo, sino que nos complementamos, nos ayudamos y sostenemos. Si bien hay algunas congregaciones donde eso no es muy posible hay muchas donde sí lo es. ¡Hay que ser parte de una comunidad de fe! La soledad nunca es buena compañera.


Algunas preguntas


Desde mi experiencia hay cosas que siempre sigo meditando:

  1. ¿Qué cosas no estoy pudiendo ver de lo que Dios quiere que logre en los lugares donde estoy?

  2. ¿Cuánto tiempo me quiere Dios haciendo esto o aquello? ¿Cómo saber cuándo es tiempo de hacer un cambio?

  3. ¿Es posible que Dios me siga usando en el mundo académico a pesar de mis errores y equivocaciones?

  4. ¿No será que mi participación en ese mundo me aleja de otros donde debería estar?

Creo que hacerse preguntas es bueno. Siempre estamos en proceso. Espero que estas líneas te disparen nuevas preguntas y si Dios te llama a lugares poco comunes, no te desanimes, somos muchos que él pone donde quiere y ahí donde nos planta, llevaremos los frutos que Dios quiera permitirnos dar.


 

Viviana Barrón de Olivares es Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. (2015) Posdoctorado en Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires. (2019) Pastora ordenada por la Confederación Evangélica Bautista Argentina en la Iglesia Bautista de Martín Coronado. Magister en Estudios Religiosos, Seminario Internacional Teológico Bautista. Magister en Investigación en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, octubre de 2008. Licenciada en Trabajo Social, Departamento de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional de La Matanza (1998).Casada con Jorge Olivares con quien tienen un hijo.

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