Cuando contemplamos el cristianismo desde este ángulo luminoso, vemos que no es tanto una religión como sí es una concepción exhaustiva del universo y, a su vez, la única que concuerda con la realidad tal como Dios la reveló en su Palabra. El apóstol Pablo expresa esta noción en su carta a la iglesia de Colosas, donde dice acerca de Jesús:
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente... Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz. Colosenses 1:15-17, 19-20
Pablo presenta aquí una comprensión cristiana y global del universo: las expresiones «todas las cosas» y «toda la creación» aparecen en el pasaje cuatro veces. Siglos después de Pablo, el gran estadista y teólogo holandés Abraham Kuyper (1837-1929) expresó la misma cosmovisión cristiana abarcadora de este modo: «No hay ni un solo centímetro cuadrado del universo sobre el que el rey Jesús no reclame pertenencia a su señorío».1
No obstante, para muchos cristianos actuales, este concepto abarcador de la realidad ha quedado oscurecido. Muchos dividen el mundo en compartimentos mutuamente excluyentes: uno lleva la etiqueta de «sagrado» y tiene que ver con la vida espiritual y las cosas eternas; todo lo demás entra en el compartimento «secular» o «laico».
Para los que sostienen esta visión fragmentaria de la realidad, las consecuencias son profundas. Aunque pueden confiar en Jesús considerándolo su Salvador espiritual, pueden no estar honrándolo como Señor sobre todas las esferas de su vida. Hay una línea invisible que separa su fe personal en Cristo (expresada en actividades como la asistencia a la iglesia, el culto, la oración y el estudio bíblico) de otras áreas de su vida como el trabajo, el tiempo de esparcimiento o el cuidado del cuerpo físico. Dan por sentado que las actividades cotidianas «laicas» tienen poco interés para Dios. En consecuencia, el cristianismo queda reducido exclusivamente a un plan de salvación espiritual. La cruz se convierte en un pasaje al cielo, o poco más que eso.
Cuando esta comprensión fragmentaria de la realidad penetra en una iglesia, da como resultado una separación de la cultura circundante. Damos más importancia a los cultos dominicales que a las obligaciones cotidianas. El servicio cristiano a tiempo completo adquiere más valor que el ocuparse en las artes, las leyes, la política, el servicio social, la atención a las necesidades físicas de los pobres, y así sucesivamente.
No apreciamos la relación de las doctrinas fundamentales de la Biblia con la cultura y la vida cívica. Por consiguiente, la Iglesia se aísla de la sociedad y forma un gueto cristiano, con su propia subcultura lingüística (vocabulario), medios y esparcimiento.
En vez de discipular activamente a las naciones como mandó Cristo (Mt. 28:18-20), la Iglesia se vuelve impotente e ineficaz para influenciar a la cultura. Irónicamente, cuando la Iglesia no procura impactar a la sociedad, los valores y las creencias predominantes de la cultura que la rodea empiezan a influir sobre ella y a moldearla.
A pesar de que buena parte de la Iglesia actual haya perdido la cosmovisión cristiana, tenemos motivos para abrigar grandes esperanzas. Dios está obrando en nuestra generación. Está activo en todo el mundo, guiando a su Esposa hacia una comprensión abarcadora e indivisa de la realidad. Él recuerda a sus seguidores que no solo es Señor sobre un ámbito espiritual limitado, sino ¡sobre todas las cosas! Él creó la esfera espiritual y la física, y cuida igualmente de ambas. Dios desea ser glorificado no sólo en los templos, sino también en los hogares, las escuelas, las empresas, los juzgados y las instituciones estatales. Además, Él recuerda a su Esposa que, aunque busca activa y apasionadamente a los que están perdidos en sus pecados y los salva (1 Ti. 2:4), su plan redentor es aun más grande. Él está redimiendo todas las cosas que se distorsionaron en la caída (Col. 1:19-20). Dios llama a su Iglesia a participar junto con Él en este plan redentor de alcance universal.
El holismo
Hay una palabra nueva que está resultando útil hoy en día para devolver a los cristianos
esta mentalidad abarcadora e indivisa: el «holismo». Si bien esta palabra es relativamente nueva, la idea que encierra no lo es. El término «holismo» se deriva del griego hólos (todo, entero) y se usa para designar sistemas enteros constituidos por múltiples partes interconectadas que funcionan en conjunto. Pensemos, por ejemplo, en nuestra propia vida. Distintos aspectos de ella serían la vida familiar, la profesión, la vida espiritual, la recreación, y así sucesivamente. Una mentalidad dividida separa estas partes en dos categorías: sagrada y secular. Por el contrario, una mentalidad holística procura glorificar a Dios en todas las esferas de la vida, reconociendo que Él se preocupa por todos los aspectos y por todo lo que uno hace. Pensemos también en el ministerio cristiano.
Algunos ministerios se concentran en la evangelización, otros en el discipulado, y aun
otros en asistir a los pobres y necesitados. Una mentalidad dividida separa estas actividades en categorías como si algunas fueran superiores y otras inferiores. Por el contrario, la mentalidad holística las ve como partes igualmente esenciales del ministerio total, que consiste en extender el Reino de Dios en la tierra.
El concepto de holismo es liberador y desafiante. Tiene poder para librarnos de un dualismo mental debilitador. Nos da una perspectiva fresca, aumenta nuestra fe y nos conduce a una nueva libertad para disfrutar de la vida humana en toda su plenitud. Nos abre la puerta hacia un interés renovado en la magnífica creación de Dios y hacia el deleite en ella.
Nos permite explorar alternativas vocacionales que no caben en el servicio cristiano a tiempo completo y nos hace saber que aun así estamos sirviendo y glorificando a Dios. Cuando toda una iglesia abraza esta perspectiva, escapa del gueto cristiano y penetra y transforma la cultura circundante mediante el poder de la Palabra de Dios encarnada en el ser humano.
Sin embargo, al mismo tiempo, el holismo es desafiante porque exige que la fe sea un componente integral en toda nuestra vida. Si verdaderamente captamos el significado del holismo, ya no podremos resguardar ciertas áreas de nuestra vida sin rendirlas a Dios. Jesús reclama toda nuestra vida —cada parte de ella— para su gloria.
Quiere que nos unamos a Él para extender su Reino en todas las esferas de la cultura y la sociedad. Para todos los que han estado atrapados en una mentalidad dividida, este reto podría representar un paso radical y temible, pero Jesús promete que, si nos unimos a Él, nuestra carga será ligera y nuestro yugo fácil de sobrellevar. La responsabilidad de expandir el Reino es de Dios, pero Él nos concede a cada uno de nosotros el privilegio de colaborar en su obra. Si aceptamos el rol de colaboradores de Dios, Él nos suplirá la fuerza necesaria para hacer cosas que nunca podríamos hacer por nosotros mismos.
1 David Hall, «Life of the Party», Tabletalk, octubre de 2002, p. 55.
Extracto del libro Entre lo sagrado y lo secular de Scott Allen. Editorial Jucum.
Sigue trabajando este tema en el manual de Vida Universitaria de la RUE VER MÁS
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