El mensaje de los profetas: Esperanza para la reconstrucción
Jeremías 29
En estos tiempos de coronavirus y aislamiento social, el distanciamiento preventivo genera desafíos muy grandes. Hablando con distintas personas, seguimos descubriendo cuáles son los nuevos desafíos que van surgiendo en cada etapa de la pandemia y en la realidad particular de cada uno de nosotros. Reflexionaba sobre todo esto cuando di con el texto de Jeremías 29. Leamos los primeros versículos:
Estas son las palabras de la carta que el profeta Jeremías envió de Jerusalén a los ancianos que habían quedado de los que fueron transportados, y a los sacerdotes y profetas y a todo el pueblo que Nabucodonosor llevó cautivo de Jerusalén a Babilonia (después que salió el rey Jeconías, la reina, los del palacio, los príncipes de Judá y de Jerusalén, los artífices y los ingenieros de Jerusalén), por mano de Elasa hijo de Safán y de Gemarías hijo de Hilcías, a quienes envió Sedequías rey de Judá a Babilonia, a Nabucodonosor rey de Babilonia. Jeremías 29:1-3
Lo que vamos a leer a continuación es una carta que el profeta envió desde Jerusalén a un numeroso grupo de personas que fueron deportadas y que los babilonios llevaron cautivas a su ciudad. Habitaban en una ciudad extranjera y desconocida que los había privado de toda su identidad como pueblo y nación. Seguramente Jeremías aprovechó que algunos emisarios de Jerusalén viajaban a Babilonia y escribió esta carta a los judíos esclavizados y exiliados en la ciudad.
Lo que el profeta escribe es un mensaje de parte de Dios para ese pueblo, pero también está dirigido a la iglesia de todas las épocas y es Palabra de Dios para nosotros hoy. La Biblia misma es una gran carta de Dios para nosotros. Estamos atravesando un tiempo muy particular, un "punto cero", como lo llamaría Zizek, el filósofo bielorruso. Es un tiempo para meditar y reflexionar, tal vez incluso apagar los celulares y la televisión para pensar con más claridad. La Biblia es una invitación a reflexionar; es una carta de parte de Dios que nos habla al corazón.
Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia. Jeremías 29:4
Dios se dirige a un pueblo que ha sido deportado por sus propios errores y falencias. La situación que atravesaban representaba un juicio justo sobre una nación que se había corrompido absolutamente. Dios no se desentiende de la situación histórica; él es soberano sobre toda la historia y se hace cargo de lo que está sucediendo con su pueblo. En Jeremías 29:4, deja en claro que fue él quien hizo que los transportaran, con lo cual a su vez deja constancia de su control total sobre la historia. Si bien hubo errores humanos, Dios seguía teniendo el control.
El punto que estamos tocando es un misterio muy grande que la Biblia nos expresa de múltiples maneras. En términos teológicos, lo hemos llamado la soberanía de Dios. Él tiene el control de la historia y, de una manera misteriosa, es soberano aun sobre lo malo y justamente sobre aquellas realidades de las que nosotros tenemos que hacernos responsables. Aun de lo malo Dios puede sacar cosas buenas. Este Dios, que sentenció a Israel al exilio y puso en marcha la deportación, es el mismo que les habla, y que hoy nos habla, con un tono de esperanza y revelando desafíos y transformaciones.
Leamos el contenido de la carta:
Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos; ni atendáis a los sueños que soñáis. Porque falsamente os profetizan ellos en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová. Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar. Jeremías 29:4-14
Jeremías describe un atributo en particular del Señor al llamarlo "Jehová de los ejércitos": él es quien realmente tiene el poder, aun sobre los ejércitos babilonios que habían conquistado la nación de Israel. Dios seguía siendo el Señor, el que tiene el poder sobre todas las cosas y para todas las cosas.
Reflexionemos sobre lo que leímos. En nuestro contexto actual, la pregunta es: ¿Qué hacemos mientras tanto? Ellos estaban cautivos esperando la liberación. Esa era su esperanza, pero convivían con diferentes visiones y diferentes maneras de afrontar el presente. Una de las opciones era el tribalismo sectario: nos cerramos para preservar nuestra identidad; nos convertimos en un gueto y creamos un caparazón social para resguardar la cultura y las tradiciones judías. Otra opción era la asimilación: nos mezclamos con las personas de este lugar. De algún modo, esa era la intención de los babilonios: que los judíos asimilaran la cultura babilonia y perdieran su propia identidad. Sin embargo, Jeremías les presenta una tercera alternativa: ser una presencia redentora en Babilonia. El desafío de Jeremías es volvernos una presencia redentora en medio del lugar y las circunstancias donde nos encontramos.
Como diría San Agustín en su libro La ciudad de Dios, se trata de mantener una tensión. Agustín habla de dos ciudades: está la ciudad terrenal, donde rige el esfuerzo humano y uno termina agotado de buscar el amor, el progreso, el reconocimiento y el prestigio, donde existe una opresión porque yo estoy dispuesto a pisar a cualquiera que se interponga en el camino hacia mis objetivos; pero también está la ciudad celestial, la ciudad de Dios, donde imperan la gracia, la paz y el gozo: sobre el esfuerzo humano impera la gracia, y sobre la opresión y la tristeza impera el gozo, el reinado de Dios. Solemos pensar que una de esas ciudades acabará dando lugar a la otra (que la terrenal cederá ante la celestial), pero en la realidad presente, ambas conviven en tensión una con la otra.
Lo maravilloso de la carta de Jeremías es que él les dice a los deportados que edifiquen la ciudad de Dios en medio de la ciudad terrenal o de Satanás (en la Biblia, Babilonia representa la ciudad del mal), es decir, el profeta los insta a transformar esa ciudad de tal manera que se convierta en la ciudad de Dios. Nuestro desafío en estos tiempos es convertirnos en esa presencia redentora. Dios no nos está llamando a “tribalizarnos” ni a encerrarnos en un gueto autoimpuesto. Sí, tenemos que respetar las medidas de distanciamiento, pero no debemos distanciarnos mental o espiritualmente. Caer en esta conducta es un grave peligro que corremos en estas circunstancias. El llamado de Jeremías es a entender que Dios nos puso en este lugar con un propósito redentor. Desde luego, necesitamos antes que nada experimentar por nosotros mismos la redención, y nos detendremos en ese punto brevemente, pero antes quiero mencionar tres aspectos de la carta que me parecen importantes. El profeta les dice:
I. Prepárense y planifiquen para la acción
Jeremías llama la atención de los deportados y les dice que hay algo que tienen que hacer. Necesitamos pensar este mismo mensaje en nuestros tiempos y de cara a los desafíos que se nos presentan en la actualidad. Estamos viviendo un tiempo de preparación para la acción en el que Dios nos insta a involucrarnos en la vida de la ciudad y a acabar con la idea de una espiritualidad que se aísla del resto del mundo. Jeremías 29:5-7 nos habla de poner manos a la obra en cuatro aspectos que son relevantes para nosotros hoy:
1. Involucrarnos en la economía de la ciudad
El profeta les dice a los exiliados que edifiquen casas y las habiten, que planten huertos y coman los frutos. Hoy diríamos que la invitación es a interesarnos por el bienestar de nuestra nación, ¡y cuánto más nosotros, los que nos decimos cristianos! Si aplicamos las palabras de Jeremías a nuestros días, el mensaje es claro: involúcrense en la economía de la ciudad de tal forma que esa ciudad se revitalice económicamente a través de sus acciones. No obstante, Dios da este mismo mensaje a la humanidad a lo largo de toda la historia. Cuando una nación entiende que su propósito no es solamente determinado por el ser humano o por nuestra propia reflexión, sino que proviene de una fuente trascendente (es decir, de parte de Dios mismo), entonces el cambio se vuelve posible. La fe cristiana se mete en los asuntos de la ciudad, se involucra en el contexto. Se aproxima un tiempo en el cual tendremos mucha creatividad y necesitamos entender que nuestro involucramiento puede ser transformador.
2. Involucrarnos con la sociedad
Jeremías dice: "Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis". El llamado era a formar familias en el entorno babilonio, a tener hijos y fortalecer la estructura familiar. El profeta les dice: involúcrense, hagan cosas por el bien de la ciudad, formen familias. La familia es la base de toda sociedad. Ahora mismo, en medio de la pandemia, es maravilloso saber que en Rosario nacen los bebés de unos amigos. Es asombroso ver que, en medio del dolor, mientras se propaga este virus de muerte, la vida se sigue afirmando. En palabras de "El flaco", Luis Alberto Espineta, "las ciudades siguen cayendo, pero un niño nace". La vida triunfa sobre la muerte.
Debemos afirmar socialmente el valor de la vida y resaltarlo en medio de este tiempo en lo que refiere a la familia. Para los que tenemos la posibilidad de estar en familia, este es un tiempo maravilloso. No es tiempo desperdiciado. La familia es el primer lugar donde ocurre la transformación social. Si tenés un hijo, una hija, esposa, esposo, o padres, orá por ellos; y si no los tenés, meditá en el tema de la familia. Desde la perspectiva de la cosmovisión cristiana, creemos que la familia no es un constructo social, sino una estructura de orden creacional. Afirmarla es fortalecer el código genético de una sociedad; deconstruirla es destruir el tejido social.
3. Involucrarnos en la vida cívica, procurando la paz de la ciudad
El texto nos anima a involucrarnos en la vida cívica de la ciudad. Dios dice a los judíos que procuren el shalom de la ciudad, la paz y el bienestar de Babilonia. Shalom es una palabra hebrea que se refiere a una armonía total y completa. Procurar la armonía de la ciudad donde vivían exiliados era contracultural. Los judíos de aquel entonces pensaban que el shalom era solo para los judíos y para el final de los tiempos (cuando llegara el Mesías esperado), pero Dios les dice que el shalom es ahora y es para todos. Ellos creían que el shalom no podía ser para Babilonia, pero Dios les dijo: "¡Sí! Es para ustedes, aquí y ahora". También lo es hoy para nosotros y para nuestra restauración. La propuesta cívica que nos presenta Jeremías consiste en luchar por una armonía que nunca implica la negación de la verdad, pero aun así procura generar un proyecto superador de las brechas políticas, culturales y sociales.
4. Involucrarnos en la espiritualidad de la ciudad
Jeremías nos dice que oremos y roguemos por la ciudad. Él pide a sus oyentes que oren por la ciudad de su exilio y que trabajen espiritualmente en pos de la renovación de la ciudad. ¡Les dice que rueguen por ella! Es una visión tremenda. De hecho, podríamos traducirla hoy, por ejemplo, como un llamado de Dios a orar por ambos lados de la brecha política. Este shalom del que habla Jeremías, que abarca todas las ideas que hemos comentado, es aquello a lo que debemos aspirar, planificando y pensando cómo aplicarlo para la bendición de todos nosotros. Es lo que algunos llaman el bien común, pero que desde la perspectiva bíblica es un concepto mucho más profundo, dado que apunta al corazón de Dios, que es quien puede hacer esta transformación.
La carta del profeta nos desafía a involucrarnos en la vida de la ciudad y a romper con la espiritualidad dicotómica. Estamos bien y estamos cómodos porque estamos aislados, pero olvidamos que otros viven la terrible opresión que genera el hacinamiento en algunos lugares de pobreza. Tenemos la idea dicotómica de que necesitamos separar las cosas, pero Jeremías nos dice: mezclemos las cosas, pero con un sentido de propósito. Te animo a que mires a tu alrededor y pienses en las realidades que atraviesa tu entorno: vivimos en una ciudad donde los servicios médicos necesitan una transformación, donde la economía tiene que cambiar, donde las personas necesitan trabajos dignos y empresas que generen empleos, donde los ciudadanos necesitan que las leyes cambien para que sea posible cumplirlas, y donde las personas reclaman una restructuración habitacional para que todos puedan acceder a viviendas dignas. ¡Cuántos desafíos tenemos! Es hora de tomar cartas en el asunto y plantearnos de qué forma Dios nos va a llevar a encarar estas realidades. Dios nos dice por boca de Jeremías que es tiempo de prepararnos para la acción.
II. Es tiempo de pensar, reflexionar y meditar
Kant decía: "Obedece, pero nunca entregues la libertad de pensamiento". Del mismo modo, el profeta aquí nos dice: "Obedezcan, pero no entreguen su capacidad de reflexión". Hay tres aspectos que él señala y que me parecen fascinantes.
En primer lugar, Jeremías dice al pueblo que no se dejen engañar por sus profetas y adivinos (Jeremías 29:8-9). Estos profetas sostenían dos tipos de relatos. Por un lado, unos decían que ya todo estaba perdido. Tenían una visión apocalíptica; para ellos el mundo estaba por terminarse y todo iría irremediablemente de mal en peor hasta el fin de las cosas. Por otro lado, estaban quienes decían: "Enseguida volvemos a casa. Olvídense de todo esto, muchachos, nos volvemos a Jerusalén, así que preparen las valijas porque ya casi nos vamos". En contraste, Jeremías les dice que ninguno de los dos relatos era cierto. Más bien, en ese tiempo, el Señor les pedía que deconstruyeran sus modelos de felicidad y dejaran de lado las soluciones fáciles.
¿Qué ideas tenías antes de la pandemia y hoy ves que eran modelos de felicidad? La realidad que hoy vivimos hace que todos esos pensamientos se desmoronen. Reflexionemos y dejemos que este caos nos invada de tal manera que se destruyan y deconstruyan estas ideas sobre cómo tiene que rodar el mundo. Vivimos envueltos en una vorágine de cosas, yendo y corriendo de acá para allá, pero ahora mismo, distanciados y aislados, no tenemos otra alternativa más que ponernos a pensar. Dejemos que este punto cero, o “pensamiento cero”, sea un tiempo de reflexión profunda.
En segundo lugar, Jeremías predice que el pueblo volvería del exilio cuando se cumplieran setenta años de su estadía en Babilonia (Jeremías 29:10). Podríamos decir que era un llamado a la aceptación, o como a mí me gusta llamarlo, era un llamado a la aceptación proyectiva. ¿Qué les dijo Jeremías? "Tienen que soportar setenta años más aquí. Sí, van a volver y van a reconstruir Jerusalén, pero tienen que aguantar el tiempo de toda una generación." Me parece tremendo lo que les dice, porque de algún modo no les está dando más alternativa que aceptarlo proyectivamente. Lo que Dios está haciendo es un proceso que lleva su tiempo y debemos aprender a incorporar a nuestra ecuación el factor de la esperanza.
Zizek cita a un autor que dice: "Cuando estamos atravesando una catástrofe, pasamos de la negación al enojo, a la negociación, y a la depresión, para después llegar a la aceptación". Si lo trasladamos al mensaje de Jeremías, podríamos sugerir que el profeta les dijo: "Muchachos, dejen la negación, el enojo, la negociación y la depresión, y acepten la realidad. Dios sabe lo que hace". Este es el punto de partida para encarar los desafíos que planteamos antes. No nos quedemos con lo que hoy vemos. La espiritualidad cristiana abre una puerta a la esperanza. De hecho, la esperanza es intrínseca a la espiritualidad cristiana.
Jeremías estaba ofreciendo a los judíos una esperanza futura, que iba a demorarse una generación en concretarse. A veces pensamos demasiado en nosotros, en el aquí y ahora, y lo único que hacemos es vivir sin proyectarnos. Nos gastamos el sueldo del mes en un asado el mismo día que lo cobramos. Tiramos papeles en la calle y no pensamos en nuestros hijos, que tendrán que levantarlo de otra manera y con otras consecuencias. Jeremías insta a los judíos a mantener una esperanza intergeneracional. No se trataba solo de ellos, ni se trata hoy solo de nosotros. Es tiempo de pensar en la trascendencia de nuestros actos, en lo que hoy hacemos y por qué hoy estamos aquí.
III. Dios quiere renovar su corazón
Dios usa al profeta Jeremías para animarnos a prepararnos para la acción (lo externo), a dar lugar a la reflexión (lo interno) y, por último, a abrirnos a las consideraciones del corazón. El recorrido de Jeremías nos lleva en un viaje hacia adentro.
Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Jeremías 29:11-13
A partir del versículo 11, el profeta nos plantea la intención de Dios y nos dice que sus pensamientos son buenos para con el pueblo judío. Habían sido privados de sus tradiciones, de su templo, de sus rituales y de todas aquellas cosas que sostenían su identidad. Ahora, de repente surgía la oportunidad de la renovación.
¿De qué cosas te ha privado esta realidad que hoy vivimos? Quizás sea un tiempo para que nosotros, que tenemos nuestra fe puesta en Dios, nos renovemos, no porque seamos superiores, sino por la realidad de la gracia y su amor que está sobre nuestras vidas. Reformulando nuevamente las palabras de Jeremías, Dios dijo a los judíos: "Ustedes me van a invocar y yo los voy a escuchar, pero porque ya no me van a invocar por un ritual y por un esquema religioso, sino que me van a buscar de todo corazón".
¿Por qué Dios dice esto a su pueblo? Porque allí donde está tu corazón es donde está también tu pasión y el propósito de tu vida. Dios dice: "Yo me voy a convertir en el summum bonum, el bien supremo para ustedes". Vivir semejante renovación es una experiencia increíble. De repente vas a estar mirando a tu Creador y te vas a encontrar con él, le vas a hablar y él te va a escuchar; va a estar cerca y va a actuar sobre tu vida; va a traerte libertad. ¡Cuánto necesitamos esta transformación! Dios desafía al pueblo que está en crisis diciéndole que este es un tiempo para ser renovados.
Meditemos sobre esto juntos. Dios envía esta carta a través de Jeremías al pueblo cautivo, y lo hace para instruirlos y darles esperanzas de libertad. Efectivamente, cuando se cumplieron los setenta años, el pueblo fue libre y se produjo la restauración, pero no fue plena. Aún debían aguardar esa restauración plena. La Biblia nos dice que, en el justo tiempo de Dios, él nos envió una carta que no estaba escrita en papel. Esa carta y ese mensaje fue el mismísimo Hijo de Dios. La Biblia nos dice que él fue el Verbo, la palabra encarnada. Él vino para decirnos que es posible tener una vida diferente.
Jesús vivió la vida que nosotros debíamos vivir (y que no somos capaces de vivir) y murió la muerte que nosotros merecíamos morir (por estar alejados de Dios). Él fue exiliado de la presencia del Padre para que vos y yo fuéramos incorporados a la familia de Dios. Él vino a librarnos de la cautividad. Jesús perdió la ciudadanía de la ciudad que fue para que nosotros podamos ser ciudadanos de la ciudad que viene. Vivamos siendo sal y luz en la ciudad que hoy es. Recobremos los ánimos, porque el mismo Cristo que murió y resucitó con poder también puede actuar en nuestra vida. El mismo poder y la misma presencia de Dios puede cambiar tu vida. Jesús es esa carta viva que Dios nos envió del cielo para alentarnos en este tiempo y darnos su poder.
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